EL BURRO BLANCO




Según versiones de don Protacio Salgado, quien era originario del poblado de Acatempan, municipio de Teloloapan, hace muchos años, a inicios del siglo XX, cuando él era un niño, algo raro pasó en ese poblado.

En ese entonces vivía en Acatempan un señor llamado Tomás Solano, quien era famoso en el poblado y en otras poblaciones de los alrededores porque era considerado un “cantor” del pueblo. Le llamaban “cantor” porque, como no había escuela y la gente en su mayoría no sabía leer ni escribir, este señor se dedicaba a contar de forma oral todo lo que sucedía no sólo en Teloloapan y en el estado de Guerrero, sino todo lo que acontecía también en el país y en el mundo entero.

Cuando tenía una noticia nueva acerca de La Revolución se iba al centro del poblado, y ahí todo mundo hacía rueda alrededor de él para escuchar de viva voz las noticias referentes a Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, y en fin, todo lo relacionado con La Revolución Mexicana.

Cuentan que don Tomás tenía una forma muy peculiar de contar las noticias, los rumores y las anécdotas, pues las contaba con tal efusión, con tanta viveza, dándole la entonación y emoción adecuada a cada una de estas narraciones, que quienes lo escuchaban casi podían asegurar que eran testigos presenciales de esos hechos, pues don Tomás con sus narraciones emotivas y elocuentes los transportaba a esos lugares y a esas escenas. Dicen que también les enseñaba pasajes de la biblia y, a la vez, les contaba cosas que él decía que sucederían en un futuro no lejano. Por ejemplo, les decía a todos los que querían escucharlo, que en un tiempo no lejano llegarían a los poblados y ciudades unos pájaros enormes, los cuales bajarían del cielo y se llevarían a la gente a otros lugares lejanos. Por supuesto que la gente se atemorizaba y le preguntaban que cuándo y en qué fecha llegarían esos pájaros a comerse a la gente y llevárselos lejos de ahí. Él sólo sonreía y les decía: “tengan paciencia, no se asusten, esos pájaros no son malos, la gente los va a utilizar para su beneficio. Tal vez algunos de ustedes no logren ver la llegada de esos pájaros, pero los hijos de ustedes sí los verán y serán testigos de esto que les digo”.

Durante un tiempo la gente vivió temerosa, esperando los pájaros gigantes que según don Tomás iban a llevárselos a lugares lejanos, pero el tiempo pasó y en vista de que no sucedía nada de esto, al fin se olvidaron de este asunto. Algunos pensaban que sólo fue una broma de don Tomás, pero otros sí lo tomaron en serio, porque don Tomás tenía fama de brujo, adivino, sabio, e incluso, decían otros, era un científico que de tanto experimento que hacía se había vuelto loco.

En esas fechas ocurrió algo novedoso y extraño en el pueblo, que hizo que se olvidaran de la profecía de don Tomás. Todos los días, a las seis de la tarde, se veía venir por la calle principal de Acatempan a un enorme burro de color blanco. Nadie sabía de donde salía, pues aparecía de repente, como salido de la nada. El burro se encaminaba hacia el sur del poblado, lugar donde se encontraba el panteón, y luego desaparecía misteriosamente, de la misma forma en que había aparecido. Los niños y jóvenes que solían jugar por el lugar donde aparecía el burro, intrigados por su repentina aparición, decidieron espiarlo, para descubrir de dónde salía. Y así se colocaban estratégicamente por la calle esperando descubrir de dónde provenía, pero todo era en vano. Nadie logró jamás ver de dónde salía pues, cuando se daban cuenta, el animal ya se encontraba en la calle.

Preguntaron en todo el pueblo si alguien tenía en su casa un burro blanco, pero todo mundo contestó que no tenían un animal así y que nunca habían visto un burro de ese color. Esto intrigó aún más a los jóvenes, los cuales decidieron agarrar al burro y montarlo, para divertirse un rato a su costa. Así lo hicieron, y un día, cuando iban a dar las seis de la tarde, lo esperaron por la calle donde el animal aparecía y, preparados con lazos, aguardaron pacientemente su puntual visita. No tardó mucho en aparecer el enorme burro blanco, el cual avanzaba trotando majestuosamente a mitad de la calle principal del pueblo. Los muchachos lo lazaron y uno de ellos se montó en él.

“Este burro es muy fuerte, aguanta hasta a tres de nosotros”, dijeron los jóvenes. “¡Hay que montarlo!”.

Y dicho y hecho, se subieron tres de ellos en el lomo del burro. Éste empezó a caminar de manera normal pero, repentinamente, pegó dos reparos, lanzando al suelo a los tres jóvenes. Estos se incorporaron y trataron de darle alcance para montarlo de nuevo, pero el burro trotando se alejó de ellos, sin que pudieran darle alcance. Ya lejos, el animal rebuznó y pelaba sus dientes como riéndose de los ingenuos muchachos.

—¡Viste cómo se reía de nosotros! —comentó uno de los jóvenes.

—Sí, parecía que se burlaba de nosotros, pero mañana lo vamos a agarrar de nuevo y nos las va a pagar.

Y al otro día volvieron a esperar al burro, a la hora en que éste hacía su aparición. No bien hubo aparecido el burro, lo volvieron a lazar y se montaron de nuevo en su lomo tres de ellos.

—Ahora sí burrito a correr —dijeron los jóvenes.

El burro obedeció, pero de repente se paró sobre sus patas traseras y lanzando un enorme reparo, lanzó al suelo a los jovenzuelos. Trotando se alejó de ellos y como el día anterior, volteó a verlos y lanzó unos rebuznidos burlones, mientras enseñaba sus dientes con una sonrisa sarcástica.

—¡Se volvió a burlar de nosotros otra vez! —gritaron los muchachos.

—Sí, pero mañana nos la paga, y ya no nos volverá a tumbar.

Y así pasaron varios días, en que los muchachos montaban al burro y éste los tumbaba y rebuznaba, mostrando sus dientes en una sonrisa burlona, para después alejarse rumbo al panteón y desaparecer misteriosamente.

Los muchachos, cansados de las burlas del burro, decidieron acabar con la situación. Juntaron varios montones de “chiclasol” y algunas tiras de palma y esperaron a que el burro hiciera su aparición. El enorme burro blanco, sin saber lo que le esperaba, hizo su acostumbrada aparición por la calle principal. Y ni tardos ni perezosos, los muchachos lo lazaron y entre todos le amarraron chiclasol en el pescuezo, en su lomo, en sus patas y en su cola, atándolo con las tiras de palma para que éste no se cayera, y a continuación le prendieron fuego. El burro se echó a correr despavorido rumbo al panteón; parecía una antorcha enorme que a su paso iluminaba la calle del pueblo, a la vez que lanzaba rebuznidos aterradores, hasta que desapareció de la vista de los jóvenes.

—Ahora sí nos vengamos de ese maldito burro — dijeron los muchachos—, para que se le quite lo burlón, pues quien ríe al último, ríe mejor.

Pasaron los días y el burro no volvió a aparecer por el pueblo. Pero sucedió algo raro, pues desde la misma fecha en que el burro desapareció del pueblo, también don Tomás había desaparecido.

Lo buscaron para que les contara más noticias, pero no lo encontraron en su casa ni por ningún lado, hasta que un día un vecino del lugar al pasar cerca del panteón, notó un olor raro, y al acercarse al lugar de donde éste provenía descubrió a don Tomás, tirado en el suelo y con quemaduras por todo el cuerpo. Las quemaduras le habían provocado la muerte, pues eran muy profundas, y aún se veían en su cuerpo rastros de chiclasol amarrado con palmas.

La noticia corrió por el pueblo y todos decían que don Tomás había recibido su merecido, pues de seguro era un brujo, que tomaba la forma de un burro blanco quién sabe con qué negras intenciones.

Uno de los amigos íntimos de don Tomás, el cual era también su compadre, les dijo que en una ocasión se encontró al burro en el campo y lo montó. Pero el burro lo tumbó y entonces él le dio de reatazos con el lazo que llevaba. Pero cuál no sería su sorpresa cuando el burro habló y le dijo así:

—Compadre, ¿por qué me pegas? Soy yo, tu compadre, Tomás.

—¿Pero por qué tienes forma de burro? —le preguntó.

—Mira —dijo don Tomás—, todo mundo murmura que soy brujo y la verdad sí lo soy, pero también soy científico y estudioso de las ciencias ocultas. Te diré que una noche, en que estaba haciendo algunos experimentos, me tomé una pócima, dije unos conjuros y me convertí en burro. Desde entonces he tratado de contrarrestar este hechizo, pero no he podido. Todos los días, a partir de las seis de las tarde, me convierto en un burro y no recobro mi forma humana hasta el amanecer.

—Y esto es lo que le pasó a mi compadre Tomás —dijo a los pobladores—. Pero una cosa sí les digo, mi compadre era un sabio y podía adivinar el futuro. Y esos enormes pájaros, que él dijo que aparecerían en el aire y que se llevarían a la gente a lugares lejanos, no tardarán en aparecer.

“Primero, aparecerán en otras partes del mundo, en Europa y Estados Unidos, y mucho tiempo después llegarán a nuestro país. Pero no teman, como dijo mi compadre Tomás, no se los comerán, sólo se los llevarán y los irán a dejar a otro lugar lejano.

Y dicho lo anterior desapareció en el aire a la vista de todos.

Los presentes se santiguaron asustados y dijeron: “¡también el compadre de Tomás era brujo y desapareció para irse con él al infierno o quién sabe a dónde!”.

—Hay que bendecir este lugar —respondieron varios.

Y así lo hicieron, llevaron un cura para que lo bendijera. Así pasó el tiempo y la gente se olvidó de don Tomás y su compadre. Pero un buen día, cuando don Protacio estaba escuchando lo que uno de sus nietos leía en un periódico, se quedó admirado, pues lo que su nieto le leía se refería a una noticia donde anunciaban que habían llegado a México los primeros aviones. Y viendo las fotos de estos aviones se dio cuenta de que tenían la forma de unos enormes pájaros, tal y como don Tomás había profetizado que sucedería, pero desde hace muchos años atrás. Al correrse la noticia por el pueblo, quedaron asombrados, pues las predicciones de don Tomás resultaron ser ciertas.

Así pasaron muchos años y la gente seguía preguntándose sobre la verdad acerca de don Tomás. “¿Sería un brujo?”, “¿un adivino?”, “¿un científico?”, “¿un profeta?”, se decían. La verdad nunca se sabrá, lo único cierto es que fue un hombre inteligente, misterioso y enigmático. Y lo que el predijo que pasaría, sucedió. Saque usted sus propias conclusiones, amable lector. Yo sólo le cuento la historia de este personaje enigmático, tal como me la contó don Protacio Salgado.

Cada vez que me la contaba sonreía maliciosamente y me decía: “no te asustes Fernando, te voy a decir un secreto: yo era uno de esos jóvenes, o más bien era un niño, y me monté varias veces en el lomo del burro blanco, o sea, en el lomo de don Tomás”. Y mi abuelito reía a carcajadas, mientras me contaba esta historia y yo lo miraba entre intrigado, temeroso y admirado.

2 comentarios:

  1. 3sta bii3n p3r0 me dii0 miied0!! xdddddd

    att:y0p (<3 br3ndhitta r0mann <3)

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    1. Gracias por tu comentario Brendita. Eso sucedió hace mucho tiempo. Puedes ver otras leyendas e historias que no son de terror. Por ejemplo:(el hombre misterioso, el cerro de la lobera, el escape milagroso, las tradiciones perdidas, la piedra del tecuán, el gusano de oro, el torito con cuernos de oro y plata etc.) Todas las historias son interesantes porque en cada una de ellas aprendemos algo nuevo. Continúa leyendo para que incrementes tu gusto por la lectura. Todos los libros nos dejan una enseñanza positiva. Adelante Brendita, sigue superándote.

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