¿Lo sabías?

Lo vergonzoso y lo doloroso se ocultan, porque lo que no se sabe no lastima ni duele. Teloloapan no es la excepción a esta regla, porque oculto en lo más oscuro de su historia, habiendo pretendido sepultarlo profundamente en el olvido, yace el que se considera el acontecimiento más cruento y sangriento de la edad prehispánica: el exterminio chontal, también conocido como la matanza de Teloloapan.

Fue en el siglo XV de nuestra era cuando los antiguos señores chontales de estas tierras, bajo la alianza de los señoríos de Teloloapan, Oztuma y Alahuixtlán, decidieron que habrían de ser libres y no ser nunca más ciervos ni subordinados de nadie, de no honrar a señores ni dioses que no fueran los suyos, de ser independientes y desafiar con ello a sus opresores, los aztecas.

Mientras todos los pueblos del centro de México se rendían ante el poderío del imperio azteca, los chontales se revelaban. Mientras todos deponían las armas, los chontales las alzaban. Mientras todo pueblo se llenaba de pavor ante los mexicas, los chontales les plantaban batalla. Habrían de vivir con honor o con él morir, pero nunca más de someterse.

Desafiados, los aztecas enviaron a Teloloapan un ejército de miles de soldados provenientes de todo el centro de México (desde Toluca hasta Cuernavaca), encabezados por el propio rey tlatoani, el sanguinario Ahuízotl.

La chontal-mexica fue una guerra entre uno de los imperios más grandes de la historia de la humanidad —el azteca—, y apenas tres pueblos —Teloloapan, Oztuma y Alahuixtlán.

La batalla fue desproporcionada, absolutamente desigual y el resultado el único posible. Una carnicería terrible: 40 mil chontales fueron exterminados en cosa de tres días, sin perdonar la vida a ancianos, mujeres ni niños, hasta formar arroyos de sangre. Tal fue la crueldad que incluso se mataron a perros y aves domésticas.

Aunque fueron superados infinitamente en número, los chontales no se acobardaron. Aun al contrario, al ver al ejército invasor, lanzaron poderosos coros de guerra.

Sus templos fueron quemados, sus poblaciones asesinadas, su cultura desaparecida, a tal grado que de ellos nada nos queda, pero su espíritu se mantuvo entero. Su entereza y su coraje nos dejó además una enseñanza hermosa: las libertades y los más altos ideales han de defenderse incluso con la vida.

Han pasado siglos, pero recordar es hacer justicia, y hoy al menos sabemos que 40 mil guerreros anónimos despojados de todo, hasta de sus nombres, pero no de su honor, yacen y pueblan los bosques de Teloloapan y Acapetlahuaya.

Para recordarlos, se dedican algunas de las historias de este libro, del autor Mario F. Delgado Castro.



2 comentarios:

  1. Es algo que no sabia, es necesario saber de esto porque es parte de nuestra historia y como traza la ruta de punto anterior a la actualidad

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  2. Profe y se tiene fecha aproximada?

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