EL BRUJO QUE SE CONVERTÍA EN ANIMAL


La historia que aquí les narraré sucedió en la ciudad de Teloloapan, Guerrero. Pero no es el único lugar donde ha sucedido algo parecido, pues esto pasa en varios pueblos y ciudades guerrerenses y tal vez de toda la República Mexicana.

En el año de 1970, en un domicilio ubicado en la colonia Benito Juárez, vivía un señor de nombre Juan. Éste era de estatura normal, delgado y de carácter apacible y sereno, quien tendría una edad aproximada de 55 años. Don Juan era un campesino sano y fuerte, que no padecía ninguna enfermedad, pero un día, de pronto comenzó a quejarse de dolores de cabeza y de estómago y a la sazón se vio obligado a guardar cama unos días.

El tiempo pasó y los dolores no cesaban, incluso dejó de comer, pues ya no le daba hambre y cada día que pasaba adelgazaba más y más.

Su esposa e hijos, preocupados por su salud, lo llevaron con varios doctores para que lo examinaran y le hicieran estudios clínicos, para ver si de esta manera podían saber cuál era la enfermedad que aquejaba a don Juan. Así lo hicieron, pero por más estudios que le realizaron ningún doctor detectó algo anormal, pues todos ellos mostraban que este señor gozaba de excelente salud, ya que todos sus órganos, aparatos y sistemas funcionaban perfectamente. Así transcurrieron varias semanas, en las cuales don Juan fue examinado por los mejores doctores del estado de Guerrero e incluso por otros de la ciudad de México, pero ninguno pudo diagnósticar la extraña enfermedad que padecía. Al paso del tiempo la falta de alimentación y los constantes dolores, que ya se le habían extendido por todo el cuerpo, hicieron que don Juan adelgazara visiblemente y que se debilitara a tal grado que ya no podía pararse de la cama.

Entonces sus familiares empezaron a notar que durante el día don Juan estaba tranquilo, pero al llegar la noche sufría un cambio radical, pues empezaba a quejarse y a decir cosas extrañas. Decía que ahí, junto a su cama, estaba parado un señor vestido de negro. Otras noches juraba que era un gato negro, el que lo observaba con ojos diabólicos. Sus familiares creían que deliraba, pues ellos no veían nada raro. Esto sucedía todas las noches sin excepción. Y fue tanta la insistencia y el terror que experimentaba don Juan que sus familiares, desesperados, decidieron que en vista de que los doctores no podían aliviarlo, tendrían que acudir a un brujo, pues muchos amigos de la familia les comentaron que tal vez don Juan estaba siendo víctima de una brujería, ya que todo parecía indicar que eso era lo que ocurría.

Algunos lugares cercanos a Teloloapan tenían fama de tener muchos brujos, de los que se decía que eran muy poderosos y podían curar a cualquier enfermo de brujería, o matar a una persona utilizando sus artes diabólicas, según fuera el caso. Así que recurrieron a brujos de distintos lugares, pero todos decían que quien estaba embrujando a don Juan era un brujo muy poderoso, el cual había sido contratado por un compadre de Juan que le tenía envidia, ya que éste se había casado con la mujer que él quería. Por tal motivo contrató a un brujo de Catemaco, Veracruz, el cual por medio de brujerías malévolas se podía convertir en cualquier animal; también podía trasladarse en segundos de un lugar a otro y al mismo tiempo tenía el don de la invisibilidad.

Es por esto que desde Veracruz se trasladaba al instante a Teloloapan y tomaba la apariencia de un gato negro, el cual era invisible para todos y que sólo don Juan podía ver. Ya en el cuarto de Juan se dedicaba a atormentarlo, provocando que éste se viera muy delicado de salud cuando estaba en su presencia, pues le clavaba alfileres y clavos por todo el cuerpo que le provocaban esos horribles dolores.

Claro está que los clavos y alfileres también eran invisibles y nadie podía verlos. Sólo Juan sentía los efectos, pues cada vez que el brujo le clavaba estos objetos daba unos quejidos desgarradores. Para no despertar sospechas el brujo no dejaba huellas, pues aunque le enterraba estos objetos el cuerpo de Juan no sangraba y tampoco le quedaban cicatrices o marcas. Es por este motivo que ni los médicos ni los familiares pudieron descubrir el origen de la enfermedad de Juan.

Varios brujos contratados por la familia de Juan hicieron el intento de curarlo, pero ninguno pudo, ya que el brujo que le provocaba estos malestares era uno de los mejores de México. Pero en una ocasión, uno de los brujos que trataba de curar a Juan les dijo a sus familiares que en un lugar del estado de Guerrero, en una montaña en forma de persona acostada boca arriba, en una cueva ubicada en lo más alto, vivía un brujo, que también era muy poderoso. Este brujo tenía más de cincuenta años viviendo ahí y poseía muchos conocimientos que los demás brujos no tenían. Además, éste era de los llamados “brujos blancos” o “buenos”, ya que sólo se dedicaba a curar a las personas que estaban siendo embrujadas por cualquier otro brujo, y él jamás embrujaba ni hacía daño a las personas. Por eso se decía que al ser brujo blanco, sus poderes aumentaban y era el único que podía vencer al brujo de Veracruz.

Así que al saber todo esto, los familiares de Juan se dedicaron a buscar al brujo blanco. Preguntaron en todo el estado por el cerro en forma de persona acostada, pero nadie les daba razón de él, hasta que un buen día, por casualidad, se toparon a unos cazadores de Teloloapan que andaban cazando venados, quienes le contaron a un hijo de don Juan que ellos iban seguido a cazar a un cerro cercano a Teloloapan, y que ese cerro tenía forma de persona viéndolo de lejos y de costado, y que por ese motivo le llamaban “El cerro de la Muñeca”. Al enterarse de esto el hijo mayor de Juan en compañía de dos de sus primos, se encaminaron hacia “El cerro de la Muñeca” y se internaron en él, con la esperanza de encontrar al brujo blanco y llevarlo con ellos para que curara a don Juan.

Tardaron varias horas para llegar a la cumbre del cerro, pero al fin lo lograron y se dedicaron a buscar la cueva donde vivía el brujo. Tardaron mucho más para dar con ella, ya que estaba en un lugar de difícil acceso y oculta por unas enormes rocas. Cuando llegaron a la entrada de la cueva, empezaron a gritar llamando al brujo. De repente, éste salió del interior de la cueva y les preguntó qué deseaban. Tardaron en poder contestarle, pues quedaron mudos de la impresión, ya que el brujo era un hombre alto, delgado, con una barba blanca y larga que le llegaba hasta la cintura, igual que su pelo, que también era largo y blanco. Vestía con una túnica blanca y en su mano derecha llevaba un báculo o bastón, el cual usaba como su vara mágica. Sus ojos brillaban como luceros y cuando caminaba parecía flotar en el aire. Es por eso que al verlo, quedaron sin habla por unos momentos, hasta que poco a poco se repusieron de la impresión y entonces el hijo de Juan, que se llamaba Jesús, le dijo al brujo: “hemos venido a buscarlo para que nos ayude y cure a mi padre, ya que éste se encuentra muy mal, pues dicen que lo está embrujando un brujo de Veracruz, el cual posee muchos poderes que sólo usted puede contrarrestar”.

—Tienen razón —respondió el brujo blanco—, ya había oído hablar de ese personaje que se dedica a causar daño por todos lados, y les voy a ayudar. Tomen este elixir mágico que les voy a dar; rieguen unas cuantas gotas en el cuarto del enfermo todas las noches, y ustedes también tomen media cucharada cada uno.

“Esta poción tiene poderes milagrosos, pues al regarla en el cuarto del enfermo, ustedes podrán ver al brujo, y si la toman como les dije, también lo podrán ver en donde quiera que se encuentre. Una vez que ya puedan verlo, tomen sus armas, rocíenlas con agua bendita, partan un limón en cruz y con éste froten el cañón. A las balas háganle una ranura en la punta, en forma de cruz y pónganle unas gotas del elixir que les di. Ya verán que de esta manera ustedes le pueden dar muerte a ese brujo, por más poderoso que éste sea. Pero tengan cuidado, pues él puede cambiar de forma las veces que desee, puede transformarse no sólo en gato, sino en cualquier otro animal para despistarlos.

—Así lo haremos —dijo Jesús—, gracias por su ayuda.

Y los tres se encaminaron rumbo a Teloloapan, llegaron a su casa y prepararon sus armas, tal como les había dicho el brujo blanco. Todas las noches se turnaban para cuidar al enfermo y para espiar al brujo, esperando poder darle muerte. Pero éste parecía saber sus intenciones, pues llegaba cuando ellos estaban descuidados y no podían verlo. A veces, se escuchaba que cantaba una lechuza en la azotea y todos salían corriendo con sus armas para poder cazarlo. Éste aprovechaba ese momento para poder entrar al cuarto de Juan y atormentarlo. Cuando oían los gritos de Juan, regresaban, pero el brujo ya había desaparecido.

En una ocasión Jesús salió a orinar a la calle y vio que a pocos pasos de él estaba un enorme tlacuache, el cual caminaba lentamente en dirección a la casa de Juan. “¡Es el brujo!”, pensó Jesús, y sacando un revólver calibre 22 le apuntó a la cabeza. Pero en el momento en que iba a disparar el animal volteó a verlo y se le quedó mirando a los ojos fijamente. Los ojos rojos y brillantes del tlacuache se clavaron en los de Jesús y éste sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo, y quedó como hipnotizado, sin poder moverse. Por más esfuerzos que hacía para gritar o apretar el gatillo de su pistola, no podía, pues de su boca no salía ni un gemido y sus manos estaban agarrotadas y no las podía mover. El animal le sonrió burlonamente y siguió su camino, hasta perderse entre los matorrales que había en la calle. Poco a poco Jesús volvió a la normalidad y entonces empezó a gritar pidiendo auxilio. Sus familiares salieron al escuchar sus gritos, le preguntaron qué le sucedía y entonces él les contó todo. Fueron a buscar al tlacuache para matarlo, pero por más que buscaron ya no lo encontraron.

Así pasaron tres días y don Juan parecía agonizar. Entonces, uno de los primos de Jesús le dijo:

“Sabes primo, aquí enfrente de la barda donde yo me quedo a espiar por si se aparece el brujo, hay un calmil. En medio está un pinzán muy grande, y en ese árbol se escuchan aleteos y graznidos como de un animal grande, tal vez sea una lechuza o algo parecido. Pero sucede algo raro, pues cuando volteo a mirar hacia ese lugar, veo dos pares de ojos que brillan en la oscuridad y se me quedan viendo. Yo siento un escalofrío en todo el cuerpo y no puedo moverme. Me pasa lo que a ti te pasó con el tlacuache. Sabes primo, yo creo que ese animal es el brujo. Que te parece si al rato me acompañas y así entre los dos nos damos valor y si vemos esos ojos, pues le disparamos, a ver si acertamos y nos libramos de ese brujo para siempre.”

—Está bien primo —contestó Jesús— así lo haremos.

Y así lo hicieron, esperaron pacientemente a que cayera la noche y cuando se dieron las doce, oyeron un fuerte aleteo y vieron que las ramas del pinzán se movían fuertemente. También notaron que unos puntos brillantes parecían mirarlos amenazadoramente. Sobreponiéndose a su miedo, los dos primos empezaron a rezar y a encomendarse a Dios, pidiéndole que les diera valor y les permitiera acabar con ese ser maligno. Jesús empuñó su pistola y su primo un rifle calibre 22 de dieciséis tiros. Se persignaron y apuntando hacia el lugar donde se veían brillar los ojos, descargaron al mismo tiempo sus armas en esa dirección.

Al momento en que dispararon, se escucharon unos aleteos y graznidos espeluznantes, los cuales parecían alejarse poco a poco de ese lugar.

—Ya se fue el animal —dijo Jesús.

—Sí, eso parece —respondió su primo—. Ahorita está muy oscuro paran ir a buscarlo, mejor nos esperamos en la madrugada y cuando ya vaya a amanecer nos dirigimos a ese lugar, a ver si encontramos algún rastro.

Así lo hicieron, y como a las cinco y media de la mañana se dirigieron a ese lugar acompañados de otros familiares. Alumbrándose con lámparas pronto descubrieron un montón de plumas tiradas en el suelo y vieron un reguero de sangre. Siguieron el rastro y como a treinta metros descubrieron a una enorme lechuza y cerca de ella, una pípila negra. Ambos animales agonizaban, pues tenían varios impactos de bala en todo el cuerpo.

—Hay que rematarlos —dijo alguien.

Y dicho y hecho, todos vaciaron las cargas de sus pistolas y escopetas sobre los dos animales. Estos dieron unos gritos espantosos antes de morir.

—¿Oyeron eso? —dijo Jesús—. Fueron gritos humanos.

—Sí —contestó su primo—, yo creo que no era un brujo, sino dos, pues son dos animales.

—¡Hay que quemarlos! —dijo alguien.

—Sí, así ya no podrán volver a la vida, pues quedarán convertidos en cenizas —respondieron los demás.

Ya les iban a echar alcohol para quemarlos cuando, de repente, apareció el brujo blanco y les dijo: “córtenle las cabezas y quemen sus cuerpos”.

Así lo hicieron, les cortaron las cabezas a la lechuza y a la guajolota y quemaron sus cuerpos.

—Pero, ¿qué hacemos con las cabezas? —preguntó Jesús.

—¡Dénmelas! —respondió el brujo blanco. Y tomando ambas cabezas las metió en unos frascos que contenían un líquido verde. Al contacto con este líquido, las cabezas de los animales se transformaron y tomaron la forma de dos cabezas humanas. Todos se quedaron aterrados y admirados a la vez.

El brujo les mostró el primer frasco y dijo:

—Éste es el brujo de Catemaco; ya no volverá a hacer más daño. Ahora veremos el otro frasco, —dijo mientras se los mostraba a todos.

—¡Es el compadre de mi papá! — gritó asombrado Jesús.

—Sí, es verdad —afirmó su primo—. Quién lo iba a pensar.

—Así es —intervino el brujo blanco—, éste era un aprendiz de brujo y le pidió al de Catemaco que lo ayudara a convertirse en animal, pues el aún no tenía los poderes suficientes para hacerlo por sí mismo. Y así, entre los dos estaban matando poco a poco a Juan, pues mientras uno de ellos los distraía a ustedes, el otro aprovechaba para entrar al cuarto de su víctima.

“Bueno, pues estos dos ya no volverán a hacerle daño a nadie. Estos dos frascos tienen un elixir mágico que les quita todos sus poderes, y a ellos los manda al infierno para siempre. No teman, yo me llevaré estas dos cabezas y sus poderes pasarán a mí, pues cada vez que yo venzo a un brujo maligno, me apropio de su poder y éste pasa a mí. Pero yo no lo uso para hacer el mal, sino para hacer el bien. Y ahora, con este nuevo poder que acabo de obtener, soy el brujo más poderoso de todo México, y si un día me necesitan, ya saben dónde encontrarme.”

Y diciendo esto último, desapareció en el aire.

Todavía impresionados, los presentes entraron a la casa y entonces, asombrados, vieron que don Juan ya estaba sentado en la cama y les sonreía.

—¿Te sientes bien, papá? —le preguntó Jesús.

—Claro hijo, creo que tuve una pesadilla, pero ya estoy bien.

Todos se alegraron al ver que don Juan ya se había curado, y le dieron gracias a Dios y al brujo blanco, por haberlos librado de esos dos brujos malignos.


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