LAS TRES OLLAS DE DINERO



 
Esto sucedió en la ciudad de Teloloapan, ubicada en la zona Norte del estado de Guerrero, en un lugar conocido como “el Tendido”, el cual se encuentra ubicado al sur de la ciudad, a un costado de la carreta Teloloapan-Apaxtla, cerca del poblado de “Rincón del Sauce”.

Transcurría el año de 1990, era temporada de lluvias y todos los campesinos preparaban la tierra para sembrar. Los que sembraban “tlacolol” se encontraban “rozando” la tierra, es decir, que se dedicaban a cortar con el machete todos los arbustos y matones grandes. También derramaban las ramas de los árboles frondosos para que, de esta manera, a la milpa le pegaran los rayos del sol y así creciera normalmente sin contratiempos.

Pues bien, un señor de nombre Nicasio, rentó un terreno cerca del Tendido, para sembrarlo con ayuda de sus dos hijos varones. Uno de ellos, el mayor, se llamaba Miguel, y el menor Onésimo. Don Nicasio, es un campesino de unos sesenta y cinco años de edad, y sus hijos tienen treinta y cuarenta años respectivamente. Todos ellos viven en el poblado del Rincón del Sauce, municipio de Teloloapan. Este poblado está ubicado a las orillas de la ciudad, por lo que se puede decir que es como una colonia de la misma.

Dice don Nicasio que un día se sintió un poco indispuesto, por tal motivo le dijo a su hijo mayor que se adelantara a limpiar el terreno y que él iría más tarde, cuando se sintiera un poco mejor. Miguel obedeció, se paró temprano, desayunó, tomó su machete y su hacha, y se encaminó rumbo al terreno que habían rentado para sembrar. Llegando ahí, se puso a cortar los matones y arbustos. Una vez cortados, hizo varios montones. Estos montones de hierba se dejan secar al sol, por tres o cuatro días, y ya secos se les prende fuego; los restos que quedan sirven como abono natural para la tierra.

Eran casi las dos de la tarde, y Miguel, al ver que su papá no llegaba, pensó que tal vez se había sentido mal, y por ese motivo, no fue a ayudarle tal como lo había prometido. Ya empezaba a sentir hambre y estaba a punto de retirarse para su casa, cuando notó que en medio del terreno estaba un árbol de tepehuaje enorme y frondoso. Este árbol da mucha sombra, —pensó Miguel—sería bueno que lo derramara un poco, para que deje pasar algo de sol, si no, las milpas no van a crecer. Entonces, decidió subirse al árbol y derramarlo un poco, antes de irse a su casa a comer. Como pudo se subió al enorme árbol, pero apenas le había dado los primeros machetazos, cuando el árbol empezó a incendiarse sin motivo alguno. Las llamas que despedía eran enormes, algunas de éstas alcanzaron a quemarlo, y esto provocó que se soltara y que cayera violentamente al suelo. Por suerte, no estaba subido en lo más alto, pues primero decidió derramar las ramas que estaban más bajitas, y esto hizo que el golpe no fuera tan fuerte. Se paró rápidamente, se observó las manos, pensando que iban a estar quemadas por el fuego, pero no tenía nada. Milagrosamente el fuego no le había causado ningún daño. En ese momento, volteó hacia arriba y vio que el árbol aún estaba ardiendo, pero esa lumbre no quemaba al árbol, pues tal parecía que no era un fuego normal, pues por más que ardía, el árbol estaba igual, no se quemaba, estaba intacto.

Fue entonces, cuando oyó una voz, la cual parecía provenir del tronco del árbol. Y esta voz decía así: “aquí abajo, hay tres ollas enterradas, y las tres están llenas de monedas de oro. Y éstas pueden ser tuyas, si tú así lo deseas”. Fue tal el susto que sintió al escuchar esta voz misteriosa, que Miguel, sin pensarlo, echó a correr despavorido rumbo a su casa. Llegando ahí, le contó todo lo sucedido a su papá. Pero éste no le creyó, y le dijo: “no te creo nada, de seguro inventaste todo eso por flojo, porque ya no quieres ir a trabajar. Mañana, tempranito, te me vas a trabajar, y ya deja de inventar cosas”.

Miguel se fue a dormir, decepcionado de que su padre no le creyera. Al día siguiente, don Nicolás volvió a mandarlo al campo. Miguel obedeció a regañadientes, y se fue de nuevo a limpiar el terreno para la siembra. Llegando ahí, vio que el tepehuaje estaba verde e intacto, y no tenía señas de que se hubiera quemado. ¡Qué raro! —pensó Miguel—, yo vi claramente las enormes llamas que lo consumían, y hasta me quemaron las manos, por eso me caí. ¡Bueno! —continuó—, voy a volver a subirme a derramarlo, a ver qué pasa. Y de nuevo, Miguel, se trepó al árbol. No bien le había dado tres machetazos, cuando el tepehuaje volvió a incendiarse, y al sentir que el fuego lo quemaba, se soltó, y se precipitó al suelo. Se vio las manos, y notó que no estaban quemadas, pues el fuego, no le había causado ningún daño. Entonces, volvió a escuchar esa voz que decía: “aquí abajo, hay tres ollas enterradas, y las tres, están llenas de monedas de oro. Y éstas pueden ser tuyas, si tú así lo deseas”.

Miguel se fue corriendo para su casa, a contarle a su papá lo sucedido. Fue tanta la insistencia de Miguel que, al fin, su padre le dijo: “¡Bueno, vamos a ver si es cierto lo que dices! Te voy a acompañar, pero como sea mentira, ¡ya verás lo que te va a pasar!”. Y así, ambos se encaminaron con dirección al terreno del Tendido. Llegando ahí, Miguel le señaló el tepehuaje. Don Nicasio tomó su machete, y decidido a demostrarle a su hijo que todo lo que le había dicho era mentira, se subió al árbol y empezó a darle de machetazos. Al tercer machetazo que le dio, el tepehuaje empezó a arder. Don Nicasio, asustado, se bajó rápidamente del árbol. Pero ya abajo dijo: “a mí, ningún árbol me asusta”, y se volvió a subir para derramarlo. Pero, al primer machetazo que le dio, el tepehuaje volvió a arder en llamas. Armándose de valor, le habló al árbol, y le preguntó: “¿Qué quieres? ¿Dime quién eres?”. Entonces, oyó una voz que le dijo: “aquí abajo, hay tres ollas enterradas, y las tres están llenas de monedas de oro. Y éstas pueden ser tuyas, si tú así lo deseas”. ¿Y qué es lo que tengo que hacer, para apoderarme de ellas? —preguntó don Nicasio. Pues, es muy sencillo —contestó la voz—; sólo tienes que traerme tres almas, una por cada olla de oro. Tráeme esas tres almas —prosiguió la voz—, y el oro será todo tuyo. Don Nicasio y Miguel, se quedaron consternados al oír esto que dijo la voz misteriosa. No, pues esto es obra del diablo— dijo don Nicasio—; hay que dejar este árbol en paz, ya no vamos a derramarlo, ni nos vamos a acercar a él. Está bien —dijo su hijo—, pues de seguro, a esas ollas de dinero las cuida el Diablo o un espíritu maligno, y el precio por apoderarse de ellas, es traerle esas almas. ¡Pero… —siguió—¿Dónde las vamos a agarrar?¡, mejor hay que olvidarse del asunto. Y así lo hicieron, se olvidaron de eso, y se dedicaron a sembrar, dejando intacto el tepehuaje y sus alrededores, para evitarse problemas con el espíritu maligno, que cuidaba ese tesoro.

Pero… un día, a Miguel se le ocurrió contarle esta historia a su cuñado, esposo de su única hermana. El cuñado de Miguel, se entusiasmó y le dijo: “¡llévame a ese lugar donde está el tepehuaje!, y yo veré cómo, pero le consigo esas tres almas y me apodero del tesoro”. Miguel no quiso decirle a su cuñado dónde estaba el lugar exacto de la ubicación del terreno, pues sabía que su cuñado era ambicioso y era capaz de conseguir las tres almas para, de esta manera, volverse rico. El “Güero”, pues así le dicen al cuñado de Miguel, se enojó con él, porque no lo quiso llevar al lugar donde estaba el tepehuaje. Pero como era muy ambicioso, se dedicó a buscarlo por su cuenta. Todos los días, el “Güero”, se iba montado en su bicicleta y agarraba el rumbo del Tendido. Una vez ahí, se dedicaba a recorrer los alrededores, en busca del tepehuaje y las tres ollas de oro.

Pero en estos terrenos abundan los tepehuajes, así que era difícil dar con el árbol que buscaba. El “Güero”, se subió a varios tepehuajes y les dio de machetazos, con la esperanza de verlo arder y oír la voz que le diría que, debajo de él, había tres ollas de oro y que podían ser de él, si así lo deseaba. Pero esto jamás sucedió, nunca dio con el árbol que ardía, y nunca escuchó la voz del espíritu que cuidaba del tesoro. Quizá fue porque era muy ambicioso, o, quizá, porque también era miedoso y envidioso, y de seguro, iba a hacer mal uso de ese dinero. Desde que estos hechos sucedieron, ya han pasado más de diez años, y aún se puede ver al “Güero” de vez en cuando recorriendo el cerro del Tendido, en busca de esas tres ollas de oro. Don Nicasio y Miguel, no se animan a decirle el lugar exacto, pues temen que el “Güero”, en su ambición, vaya a quedar atrapado en ese lugar, o se vuelva loco, si oye la voz o saca el oro. Pues se ha sabido que las personas que no tienen valor, pueden volverse locos por la impresión recibida, o por el susto, al ver algo sobrenatural.

Esta historia me la contó el “Güero”, y me pidió que lo acompañara a buscar esas tres ollas de oro, las cuales están enterradas al pie del tepehuaje, en el cerro del Tendido. Dice el “Güero” que como yo ya he andado en varios lugares, buscando tapazones, y que también me he metido en cuevas encantadas, que será fácil para mí apoderarme de ese tesoro. Pero no, yo ya tuve suficientes aventuras, y ya quedé escarmentado. Mejor, le dejo esas ollas de dinero al que se atreva a ir a ese lugar. Si usted tiene el valor de hacerlo, ¡adelante!, vaya en busca de ese tesoro. Quien quite y sea el afortunado.

O, si desea, pregunte por el “Güero”. Él vive en la colonia Benito Juárez de Teloloapan, y de seguro él estará gustoso de acompañarlo. Pero…tengan cuidado, porque tal vez nunca regresen a sus casas o, tal vez, se vuelvan locos por el susto que van a recibir. O quizá, tengan suerte y se apoderen del tesoro. ¡Quién sabe qué pueda suceder! Eso sólo lo sabrán si se animan a ir a ese lugar donde están enterradas las tres ollas de oro…las cuales pueden ser para usted…


8 comentarios:

  1. yo soy de teloloapan y me parce muy bien que alguien de mi tierra publique un libro en donde se plasme el folklore de nuestros pueblos. ya era hora que alguien diera a conocer todo lo bueno que tiene nuestra tierra y las hitorias bellisimas con que cuenta cada pueblo. felicidades a el autor y ojala que no sea este el primero y ultimo libro que publique. esperamos con ansia las 31 historias que trae este libro.

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  2. hola! felicidades por este trabajo, te deseo mucha suerte para que puedas concluir pronto tu libro y podamos leerlo por completo! atte: una compañera de trabajo.

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  3. A mi abuelo le paso algo similar, un árbol le dijo que bajo el establo de su casa hay 2 ollas de oro. Pero le pediría un alma. El no aceptó el trato. Mi abuelo ya murio hace varios años. Yo no me he atrevido a buscar ese oro y jamás llevaría un alma para tal propósito. Sin embargo llegué a esta página por investigar acerca de otras historias parecidas. A.B.

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    1. Hola A. B. Efectivamente, hay historias que aunque con protagonistas distintos, parecen repetirse a lo largo del territorio nacional, lo cual es fantástico. Gracias por compartirnos la tuya. ¡Un saludo!

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  4. Anónimo 10 de abril
    Sobre lo de tu abuelo , me gustaría platicar contigo mándame whtasapp
    Para platicar sobre eso talvez te pueda ayudar .
    +5212721103197

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  5. es el guero que siempre anda de lentes en bicicleta? ya tiene rato que no lo ceo

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    1. Hola Anónimo, no sabría decirte. Pero como todo, es posible que se tratara de el famoso "Güero" o siplemente de alguien con sus mismas características. ¡Saludos!

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